he visto relucir el
tiempo en cristales de hielo, brisas desoladas de sangre congelada.
el desgarrador aullido
del lobo en la noche, el sexo a escondidas entre zarzas y matojos.
el corazón henchido de
un sabor amargo
corriendo por los
labios. el sudor resbalando por la infinita longitud de la espalda.
un cabello cae pesado
sobre el ojo, como un yunque; en los dientes refulge la tenacidad del deseo.
y en las manos sujeta,
la luz de una paloma perenne; muerta y viva, surcadora del vacío.
¿qué pisan los pies
sino hojas secas, ennegrecidas por los hongos, podridas por los gusanos?
carne, ávida de carne.
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