¿a quién se le ocurre? hallar
las lombrices bajo el suelo royendo cadáveres, alimentándose de cuerpos
putrefactos que excretan fluidos y que huelen mal. ¿quién se acordará de sus
almas? ¿quién se acordará algún día de ellos y de si fueron amados? henchidos
de odio y rellenos de sangre.
una cabeza calva resplandeciendo al sol, solitaria.
bajo las cortezas de los árboles ¿qué hará moverse a este cadáver sino la
fuerza del amor? un amor pesado alimentado por el odio, un amor pesado y
sostenido por los pies. Prometeo, cadáver en vida, pululando por los bosques
con el corazón ignífugo y cenizo. Con los pies llenos de plantas y ramas,
bañados en negro petróleo; los huesos de cartón, la piel de acero laminado y
los dientes cuchillas de afeitar. Ser indeleble y carcomido, destripado y hecho
jirones. Muerto, monstruo de las colinas en pos del calor bajo los
pinos estertóreos. Recubierto de escamas y musgo, pez de las tinieblas, espanto
en la oscuridad. Se escucha tu aullido al anochecer, se oye el desgarro de
cuerpos frágiles y el romper de sus huesos. Niñas gritando en el ritual de un
desmembramiento solemne. El terror omnipresente en la sombra del mundo,
recovecos de almas asustadas y el miedo, refrigerio diabólico del Lucifer.
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